A nuestra invitada de hoy, Concha Pasamar, la descubrí por casualidad en Instagram, como he conocido a muchos de los autores e ilustradores que hoy leo y de los que admiro su trabajo. Me llamó la atención su último libro publicado, “Cuando mamá llevaba trenzas”. Entré en su blog, leí el texto que escribió para la presentación del libro y fue tanto lo que me hicieron sentir sus palabras, una conexión personal hacia una infancia, la mía, que para mí está muy presente siempre, que supe que leería su libro.
Así empezó esta historia con Concha Pasamar. Ella ha abierto su corazón, y una caja antigua de recuerdos, para contar a través de imágenes evocadoras y de un texto nostálgico pero alegre, momentos de su infancia, de la de sus padres, de recuerdos de sobremesa que ella ha sabido plasmar en un maravilloso álbum ilustrado.
Ella, una «lectora de imágenes» desde bien pequeña, conserva dibujos de cuando tenía cuatro años. Pero lo dejó, tuvo un parón en su vida, de ilustrar y de escribir. La maternidad le hizo volver a conectarse con esa parte abandonada y hoy podemos disfrutar de “Cuando mamá llevaba trenzas” y de esta maravillosa entrevista.
Profesora de lengua y madre de dos hijos, para mí hoy es un placer presentaros a Concha Pasamar a la que, y lo dejo aquí por escrito, deseo conocer en persona. Y lo haremos. Podríamos merendar cualquier cosa, pero lo hacemos con las meriendas de sus abuelas: pan con nata, azúcar, aceite y tomate recién frito.
¡Disfrutad de la entrevista!
¿Cuándo descubres que quieres escribir e ilustrar historias?
La verdad es que me resulta complicado responder a esta pregunta… Los relatos me han fascinado desde niña. Siempre he dibujado, y en los dibujos más remotos que recuerdo (conservo algunos cuadernos desde los cuatro años) estaba esa voluntad de vivir historias a través de la imagen. También hubo un tiempo en la niñez en que disfrutaba mucho escribiendo relatos, a veces muy locos, pero casi siempre a partir de ejercicios que se nos pedían en el colegio. Para mí nunca fueron una tarea pesada, sino auténticamente divertida, y a veces escribía porque sí, sola o con mi madre –por ejemplo, nos reíamos mucho componiendo romances-, pero no puedo decir, como en el caso de muchos escritores, que la escritura de ficción fuera para mí una necesidad. Luego llegó un tiempo en que dejé de escribir por placer, aunque continué dibujando, y finalmente llegó un momento en que también aparqué casi definitivamente el dibujo. Creo que si no hubiera vuelto a él, como una vía de conexión con mis hijos, de reencuentro conmigo misma – y de escape de la cada vez mayor invasión del trabajo en mi tiempo libre- no habría sentido ese deseo de contar a través de las imágenes, y si no hubiera dado con la ilustración –si hubiera preferido expresarme a través de la pintura o la representación de la realidad- tampoco hubiera retomado la escritura. Como filóloga y como lectora, escribir me produce mucho respeto. No es un objetivo –tampoco lo era ilustrar, realmente-, pero desde la ilustración he vuelto a interesarme por la escritura y a redescubrir lo gozoso que podía ser.
¿Qué te inspira para crear tus libros, tus ilustraciones?
En el caso de los pocos textos que he vuelto a escribir está muy claro: es mi propia realidad y, sobre todo, las sensaciones de mi infancia las que han provisto de la inspiración para desarrollar dos proyectos de álbum ilustrado: Cuando mamá llevaba trenzas, editado por bookolia, y otro que probablemente vea la luz en otoño de 2020; también algunos microrrelatos. Bueno, en estos casos miro a mi alrededor, a mi interior y a mi pasado, a lo que sentía y siento aún, a mis vivencias, mis impresiones, mis entornos o mis paisajes. No he creado obras de fantasía en estos álbumes propios, sino libros muy vinculados a mi realidad (otra cosa han sido algunos cuentos que inventaba para mis hijos y nunca escribí, o los microrrelatos, sobre los que me encantaría volver, que contienen un punto de irrealidad).
En el caso de la ilustración para otros autores, creo que es necesario escuchar con atención lo que esas voces cuentan, ante todo, pero también atender al modo en que sus palabras resuenan particularmente dentro de mí, porque los ecos que se generan en cada cual son diferentes. Como ilustradora se entiende que realizo también una interpretación personal, y esta procede, a veces consciente, a veces inconscientemente, de lo que yo soy. Incluso si la obra se sitúa en un lugar y un tiempo determinados…: es al fin y al cabo mi manera de ser la que me lleva a ser muy minuciosa en la documentación (visual o escrita), a reflejarlo, a seleccionar luego unos aspectos o unos puntos de vista y no otros. Madre mía, está quedando todo muy egocéntrico, ¿no? Pero creo que es así para los creadores en general: toda realidad o inspiración externa pasa por el tamiz de uno mismo.
“Cuando mamá llevaba trenzas” es tu último trabajo, un libro muy “personal y sincero”, con el que no has buscado enganchar a un público en concreto, sino hacer una “descripción de impresiones”, de recuerdos que se encuentran en una caja. ¿Qué ha supuesto este trabajo para ti?
Ha supuesto una tarea de introspección importante: rebuscar en una época muy feliz de mi vida a la que se regresa con emoción, pero que a la muchas veces he rehuido volver durante demasiado tiempo porque escuecen las ausencias. Ha supuesto también tender un puente entre mi infancia y las personas que la poblaron, de un lado, y los miembros más jóvenes de mi familia, de otro: mis hijos y mis sobrinos, que apenas conocieron o directamente no tuvieron la suerte de conocer a mis padres. Ha supuesto también conectar con otras muchas personas que me han hecho saber cómo la lectura del libro les ha traído sus propios recuerdos, sus propias emociones y sus propios relatos compartidos con los niños, pero también con sus padres. Desde otro punto de vista, el álbum ha supuesto mi primer trabajo publicado como autora integral en este género.
En una entrada de tu blog que hace referencia a “Cuando mamá llevaba trenzas” dices que te gustaría que el libro “sirviera sobre todo como generador del diálogo en las casas”. Hoy en día, con tanta tecnología, ¿se habla poco en las casas? ¿Debemos enseñarles a los futuros lectores, mediante los libros, a que el diálogo es importante?
Es arriesgado generalizar en este sentido: hay casas en las que se ha hablado poco, independientemente de que hubiera o no tecnología. Creo que si hay voluntad de compartir, la tecnología y lo que nos ofrece puede incluso constituir tema de conversación perfectamente. En mi caso, hemos intentado retrasar y dosificar en casa la televisión, primero, y el ordenador y el móvil después. Mis hijos fueron los últimos de su clase en tener teléfono, por ejemplo. Pero recuerdo el caso de una colega de trabajo que, empeñada en que sus hijos crecieran sin televisor, compró finalmente uno cuando se percató de que no podían compartir muchas experiencias con sus compañeros de colegio. No soy ninguna radical, pero estoy convencida de que es bueno dedicar tiempo a ampliar el espectro de juegos e intereses de los niños y, ahora mismo, la ampliación consiste justamente en escapar de las tecnologías, creo, en dedicar tiempo a lo sencillo y lo natural: el juego libre, el dibujo, la lectura, la música, la charla. Eso supone, por supuesto, invertir tiempo y atención; a veces también esfuerzo. Me aterra ver cómo muchos adultos narcotizan con pantallas a niños muy pequeños para poder enfrascarse tranquilamente en sus asuntos o conversaciones.
En cuanto al modo de hacer ver que el diálogo es importante, creo yo que debemos enseñarlo básicamente practicándolo: conversando; pero otras vías de mostrarlo, procedan de los libros o de lo audiovisual, también pueden, por supuesto, hacerlo ver.
“Arrecife y la fábrica de melodías”, “Cuando mamá llevaba trenzas” o “13326” entre otros trabajos publicados, pero ¿de cuál guardas un recuerdo más especial?
Cada uno tiene sus recuerdos… Las presentaciones o actividades en torno a Cuando mamá llevaba trenzas están proporcionando momentos muy especiales: ver a los adultos disfrutar cantando las canciones de su infancia y a los pequeños, atónitos, al escucharlos; el momento de comprobar las representaciones mentales diferentes de una misma realidad en distintas generaciones; las caras e interpretaciones de los niños en la escena de la matanza o sobre las realidades que desconocen… Tener entre el público a mis amigas del colegio -alguna después de 37 años sin contacto- y a varias de mis maestras de primaria -compañeras entonces de mi madre- ha sido un regalo.
¿Es un buen momento para la literatura infantil y juvenil?
Me resulta complicado responder a esa pregunta, porque no considero que posea suficientes datos ni lecturas para sostener una respuesta afirmativa o negativa. Por un lado, mi impresión es que la oferta es muy amplia, que los lectores más pequeños y también los jóvenes -y los adultos, claro- tienen mucho donde elegir en un sector en el que antes no existían tantos títulos. También creo que muchos de esos títulos son de una gran calidad. En realidad, se publica mucho, muchísimo, también para adultos: yo me pierdo en las librerías; entiendo que siempre me quedará una enorme cantidad de textos interesantes o hermosos por leer. Por otra parte -yo lo he vivido en casa- la literatura debe competir con más entretenimientos y más inmediatos, que requieren un esfuerzo menor; en ese sentido no creo que sea un momento especialmente bueno. Sin embargo, y eso también lo he visto, si se ha accedido al placer de la lectura, el joven o el adulto sentirá añoranza de esas vivencias, de la intimidad y del modo de acceder a las historias, del disfrute del juego verbal… y querrá volver, aunque no vaya a ser con la misma asiduidad.
¿Qué leías tú cuando eras pequeña?
Bueno, no había tantos cuentos en casa, aunque sí muchos libros. Yo “leí” mucha imagen: me gustaban mucho los libros de pintura cuando aún no leía. Luego Grimm -aún conservo mi libro-, Andersen, aquellos clásicos en doble versión -texto/viñeta- de Bruguera y lo que había entonces: todo Enid Blyton -mis favoritos eran los Cinco (los Hollister me parecían unos cursis, siempre con sus padres a cuestas…)-, tebeos, Pippi, Mujercitas, Verne, Stevenson, Dumas… pero enseguida Agatha Christie y lo que pillaba por casa, sin filtros: lo mismo los Karamazov y la Karenina que el Buscón; Delibes, Machado o un tocho de Navarro Villoslada, las Brontë… Los viernes era día de préstamo en la modesta biblioteca del cole y había también de todo eso. Tuve mucha suerte con mis maestras. Recuerdo que lo primero que tuvimos en casa como propiamente juvenil/actual fueron unos títulos de Alfaguara que trajo mi madre: Cuentos escritos a máquina de Rodari, Cuando Hitler Robó el conejo rosa y Julie y los lobos; yo tendría 13 años, pero al mismo tiempo leía, por ejemplo, Zola o Clarín. No sé, para los 15 años lo cierto es que había leído mucho, pero tampoco era un bicho raro. Mucha gente de mi generación -al menos muchas de mis amigas- leía así.
¿Una merienda que recuerdes de tu infancia?
Solo una es imposible… Las de mis abuelas: el pan con la nata de cocer la leche y azúcar, con aceite y azúcar, con el tomate recién frito.
¿A qué otro autor o ilustrador de literatura infantil y juvenil nos recomiendas leer?
¡Jajaja, pues también me va a resultar imposible responder! A lo mejor por ser profe, me cuesta mucho recomendar así, en general: creo que no he leído ni sé tanto en este campo como para tener un criterio fiable, pero intento formarme y leer… En general, creo que hay que flexibilizar esos límites que imponemos con las etiquetas de la edad, a las que no niego la utilidad en muchos casos: lo que es buena literatura lo es para todos (con la salvedad de la madurez que puedan requerir algunos contenidos, de acuerdo). Hay autoras y autores actuales de infantil/juvenil que considero de grandísima calidad -y tengo la suerte de que algunas sean compañeras de libros pasados y venideros-, y lo mismo puedo decir en el campo de la ilustración. Mi consejo sería seleccionar bien entre las novedades, dejándose guiar en esto por el criterio de quienes sí conocen y saben, pero también sencillamente por los gustos personales, y no olvidar la literatura popular y los clásicos, ya sean distantes o cercanos en el tiempo; un clásico siempre tiene algo que decir.
Si queréis conocer más el trabajo de Concha Pasamar, podéis visitar su web , seguir su página de Facebook o su cuenta de Instagram.
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