Siempre he creído que los poetas tienen una vida interior muy profunda. Perciben los colores, la luz, el sonido, los pequeños detalles de la vida de una manera que, el resto, no somos capaces de ver. Solo cuando leemos sus textos nos aproximamos a sentir lo que ellos sienten.
A Juan Carlos Martín Ramos, ganador del «Premio Lazarillo Innfantil» en 2003 o el «Premio Internacional Ciudad de Orihuela de Poesía para niños» en 2016, entre otros, tuve el placer de conocerle cuando Susana Rosique nos lo presentó en la anterior entrevista.
De su infancia Juan Carlos recuerda a su abuela, titiritera, construyendo sus propios personajes. Sus meriendas, un canto que “consistía en un bollo de pan al que se le hacía un hoyo en el medio y se rellenaba de bacalao seco, tomate natural y aceite de oliva” y sus TBO. Y sus primeros poemas, que empezó a escribir a los 14 años.
Conocer a Juan Carlos, ha sido un honor y un placer. Ya os lo he dicho alguna vez, pero estas entrevistas nos están llevando de punta a punta del país descubriendo a un montón de amantes de los niños, de las mil historias que quedan por contarles. Con esta entrevista nos despedimos hasta después de las vacaciones. Descansamos unos días para coger fuerzas y traer nuevos escritores/as e ilustradores/as al blog. Para que, juntos, leamos sus historias, las que han vivido y que tanto nos emociona conocer a nosotros.
Disfrutad de la lectura y os pido que lo hagáis tranquilamente, saboreando cada palabra, porque Juan Carlos escribe desde el corazón, sintiendo cada emoción, cada recuerdo. Y, si os gusta, os animo a que la compartáis y que la historia de Juan Carlos y su poesía lleguen lo más lejos posible.
¿De dónde surge tu afición de escribir poesía para niños?
La poesía es una de mis grandes pasiones. Pero por si suena exagerado decirlo así, lo diré de otra forma. No hay nada que me guste más que escribir o leer poesía. Que escriba poesía para niños tiene que ver con mi pasado como titiritero o, dicho también de otra forma, tiene que ver con las mismas razones que me llevaron a ser titiritero y a escribir las obras que representaba en el teatrillo. Ya entonces las canciones y los diálogos rimados eran muy habituales, así que cuando empecé a escribir libros de poesía para niños seguí haciendo prácticamente lo mismo. Entonces los niños (donde digo niños también digo, naturalmente, niñas) escuchaban los versos que les llegaban desde la ventana de mi teatrillo, ahora los leen o los escuchan tras ser leídos en las páginas de un libro.
¿Qué te inspira para crear tus poemas? ¿Qué lugares?
La poesía es ante todo una forma de mirar y entender el mundo. Es una frase con la que creo que estamos de acuerdo la mayoría de autores que escribimos poesía y, especialmente, quienes escribimos poesía para niños. Esto quiere decir que un poema puede estar esperándonos en cualquier parte. En las olas del mar, en el canto de un pájaro o en las virutas de un sacapuntas. También puede estar esperándonos para hablarnos de cualquier tema, de cualquier situación, de cualquier circunstancia. Y hablo de la poesía en general y de la poesía para niños. Siempre he estado convencido de que la literatura infantil debe ser en primer lugar buena literatura y que el autor que escribe para niños, en su condición de creador y apoyándose en las claves y referencias del mundo y del imaginario infantil, debe ser capaz de establecer un diálogo con el niño para hablar de cualquier tema, alrededor de cualquier idea o sentimiento.
Perteneces a una compañía de títeres, “Titiritaina”, junto a tu mujer Lurdes López. Una tradición que comenzó con tu abuela. Imagino que en todos estos años escribiendo y actuando habrás podido coincidir alguna vez con tus pequeños lectores. ¿Qué te cuentan los niños que han leído tus libros o los padres que les han leído tus poesías?
Como bien dices, la tradición empezó con mi abuela. Gracias a ella se despertó en mí la pasión por los títeres. Mi abuela construía títeres, unos títeres de guante con piernas tal y como marca la tradición andaluza, con los que me permitía jugar desde muy pequeño. Por eso me gusta decir que crecí poniéndome de puntillas dentro de un teatrillo.
Aunque parezca una contradicción, y en realidad lo es, la compañía “Titiritaina” ya no existe y, al mismo tiempo, nunca ha dejado de existir. Ya no existe porque su andadura acabó a finales de 1988, cuando hicimos nuestra última representación en el colegio prefabricado de La Celsa, un impresionante poblado chabolista que se perdía en el horizonte a las afueras de Madrid. Y no ha dejado de existir porque quien ha sido titiritero nunca deja de serlo, y ese es el caso de mi compañera Lurdes y el mío, y, sobre todo, porque nuestros títeres siguen con nosotros, esperando dentro de su maleta cualquier oportunidad para salir a la luz, ponerse en movimiento y contar sus antiguas y nuevas historias. Además, ¡a ver quién es el valiente que le dice a la Bruja o al Bufón que su compañía ya no existe!
(Si hay algún lector curioso que quiera conocer de cerca más detalles sobre la historia de “Titiritaina”, basta que ponga en internet “Lurdes López titiritera”. Encontrará una pequeña crónica sobre aquellos años de aventuras y desventuras con nuestro teatrillo a cuestas, que se publicó hace unos años en el blog “Versos e aloumiños”, de Antonio García Teijeiro, contada por mi compañera desde el interior de su emoción y de sus recuerdos.)
La verdad es que, a partir de la publicación de mi libro “Mundinovi”, que gira en torno al mundo de los títeres, no ya “Titiritaina” sino Lurdes y yo, y algunos títeres de nuestra compañía, estamos teniendo la oportunidad de salir de nuevo a escena. Cada presentación o encuentro sobre este libro se convierte en una pequeña función de títeres y poesía que nos está regalando muchas alegrías y muchas emociones y que nos ha demostrado que los niños y las niñas de ahora son en el fondo exactamente iguales a los niños y las niñas de hace treinta años.
La experiencia de encontrarme cara a cara con “mi público” la tuve como titiritero y la tengo ahora como autor. La diferencia tal vez está en que, como titiritero, los comentarios y las emociones de los niños y de sus padres eran consecuencia de una experiencia inmediata, breve y a veces inesperada. En el caso de los niños y padres/madres que han leído algún libro o algún poema mío, todo lo que me transmiten es el resultado (o al menos así me lo parece) de una experiencia más profunda, que ha dejado una huella más íntima y duradera en ellos. Al margen de las palabras o los gestos de afecto y reconocimiento que suelen surgir en esos momentos, es frecuente que algunos niños me regalen un poema o un dibujo que han hecho a partir de alguno de mis poemas, y eso para mí no tiene precio.
Guardo como un tesoro un libro de poemas que me regaló una niña, ilustrado y encuadernado por ella misma, y que, según me contó, lo había escrito (eran los primeros poemas que escribía) tras leer el primer libro que publiqué. Me emocionó entonces, que iniciaba mi andadura como autor, y me sigue emocionando ahora tanto o más que antes.
Trabajas como Técnico de Cultura en el Ayuntamiento de Fuenlabrada, en Madrid. Imagino que tienes relación constante con niños, adolescentes, jóvenes, etc… ¿Nuestros niños y niñas leen? ¿Has notado una creciente afición por la lectura?
Trabajo en Fuenlabrada desde hace treinta años. En aquel momento, se cerró la cortina de mi teatrillo y se abrió el telón de la cultura de una gran ciudad. Con toda seguridad los niños y las niñas de ahora leen más que los niños y las niñas de cualquier otra época. Pero lo importante no es sólo la cantidad. Leen más y las vías de acceso a la lectura se han multiplicado y diversificado. Es sin duda una ventaja, pero es a la vez la principal dificultad con la que los niños y las niñas tienen que enfrentarse actualmente. Y no pueden hacerlo solos. En realidad nadie puede ni debe hacerlo solo. Despertar el interés de los niños y las niñas por la lectura, despertar su sensibilidad, su curiosidad, su sentido crítico, es una labor conjunta de la que deben formar parte las familias -que deben propiciar un ambiente adecuado-, el profesorado -que debe formarse y leer literatura infantil y juvenil para saber elegir los libros que consideren más adecuados para su alumnado-, las instituciones de las que dependen las diferentes redes de bibliotecas -que deben incrementar los recursos y las acciones de fomento de la lectura-, de las editoriales -que deben primar la calidad literaria de los textos que publican-, y, ya puestos, de los gobiernos en general -que no deben tener tanta prisa en aplicar siempre los primeros recortes, de forma irreflexiva e irresponsable, en el ámbito de la cultura.
“Poemamundi”, “Las palabras que lleva el viento”, o “Mundinovi. El gran teatrillo del mundo”, y una larga lista de obras publicadas, pero ¿de cuál guardas un recuerdo más especial?
Citaré cuatro libros por razones diferentes.
En primer lugar “Las palabras que se lleva el viento”, porque fue el primer libro para niños que publiqué. Escribirlo fue para mí una forma de recuperar y volver a abrir algunos bártulos de mi equipaje de titiritero, que se habían quedado por el camino varios años atrás. Y publicarlo fue a la vez iniciar un nuevo camino, humilde y casi secreto pero lleno de enormes alegrías y sorpresas, dentro del mundo de la literatura infantil y juvenil.
La edición de “Poemamundi” y de “La jaula de las fieras” fueron también dos experiencias muy especiales. En ambos casos, sus ilustradores, Philip Stanton y Susana Rosique, respectivamente, fueron enviándome sus ilustraciones para que les diera mi opinión. Siempre les decía que yo no era nadie para meterme en su trabajo, pero la verdad es que fue un privilegio que compartieran conmigo la evolución de las ilustraciones y su interpretación visual de mis textos. Disfruté mucho con su talento y con su generosidad.
Tengo que citar también “Mundinovi. El gran teatrillo del mundo”. Escribiéndolo cumplí una deuda conmigo mismo, con mi abuela, a la que tanto le debo, y con Lurdes, mi compañera dentro y fuera de los teatrillos. Lo mejor de esta deuda es que nadie me obligaba a pagarla, fue lo más parecido a cumplir un deseo.
Has recibido premios como el “Lazarillo de literatura Infantil” en 2003, el premio “Leer es vivir” en 2002 y más recientemente el VIII Premio Internacional Ciudad de Orihuela de Poesía para niños, en 2016. ¿Los premios son la recompensa por el trabajo realizado o el impulso para seguir creando cada día?
Nunca he escrito un libro al dictado de las bases de un concurso, pero debo reconocer que, en estos tres casos, recibir el premio me ha supuesto, además de una gran alegría, la posibilidad de sacar a la luz la labor invisible, y a veces pienso que casi clandestina, de escribir poesía para niños.
Sobre todo porque, en el caso de estos tres premios, ganar cada uno de ellos supuso la inmediata publicación del libro. Gracias al premio Leer es vivir publiqué inesperadamente mi primer libro, “Las palabras que se lleva el viento”. Gracias al premio Lazarillo hasta pude elegir editorial para publicar mi segundo libro, “Poemamundi”. Y gracias al premio Ciudad de Orihuela he podido cumplir mi deseo de publicar un libro en la editorial Kalandraka, que tanto apuesta por la poesía y por la calidad de su edición.
Es así. Ver publicada tu obra es siempre una motivación añadida, porque permite que aquellos para quienes escribes lean lo que has escrito y que puedas, además, encontrarte personalmente con ellos.
¿Qué leías tú cuando eras pequeño?
Fui un niño muy inquieto, muy travieso. Lo que más me gustaba era darle patadas a un balón, bañarme en el río o subirme a los árboles. Pero, en medio de mis correrías, siempre encontré tiempo para pararme a dibujar y a leer algunas cosas.
Sobre todo me gustaba leer tebeos. Los de la época: Pulgarcito, DDT (me gustaban sobre todo los números especiales de vacaciones), algún auténtico TBO (que se lo pedía prestado a mi abuela, gran fan de la familia Ulises), también algún Hazañas Bélicas (ser un niño tan guerrillero me hizo profundamente pacifista).
Leí algunas novelas de Julio Verne y “La isla del tesoro”, de R. L. Stevenson, en una colección de la Editorial Bruguera. En realidad eran versiones resumidas de las novelas que alternaban texto y viñetas de cómic.
Cuando tenía nueve o diez años leí “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez, un libro que, en efecto, no es precisamente muy infantil. Estaba en mi casa porque se lo habían mandado como lectura obligatoria a alguno de mis hermanos mayores. Creo que, por muy obligatoria que fuera su lectura, ninguno de mis hermanos mayores lo leyó nunca, pero para mí, que no tenía la obligación de leerlo, que lo abrí por curiosidad, fue un auténtico descubrimiento.
Por entonces nunca había tenido en mis manos un libro de poesía, pero me gustaba mucho leer y recitar en voz alta los poemas que aparecían al final de algunas lecciones de mi libro de Lengua. Así que hablo por propia experiencia cuando afirmo, cada vez que tengo ocasión, que a los niños les gusta la poesía, que sólo hay que saber ponerla a su alcance por los cauces adecuados.
¿Una merienda que recuerdes de tu infancia?
Que nadie se asuste, porque hablo de una época ya muy lejana. Tenía por costumbre, que compartía con otros niños de mi edad, comer un bocadillo en la calle, y en muchas ocasiones mientras jugaba. El bocadillo podía ser de salchichón, de chorizo o de mortadela (en aquel tiempo no recuerdo el chopped), y a veces podía ser un trozo de pan con chocolate. Pero mi favorito era uno que tenía nombre propio, “canto”. Era mucho más que un bocadillo, era un canto. Consistía en un bollo de pan al que se le hacía un hoyo en el medio y se rellenaba de bacalao seco, tomate natural y aceite de oliva. Como veis, dieta muy mediterránea. De pequeño comí muchos cantos y aún hoy, después de tantos años, me gusta comerme uno de vez en cuando, tal vez para ayudarme a seguir cumpliendo mi deseo de no dejar nunca de cantar.
¿A qué otro autor o ilustrador nos recomiendas leer?
Hay muchos autores y autoras actuales, tanto de narrativa como de poesía, a los que no sólo admiro sino que además leo. Pero voy a citar especialmente a uno de ellos. Por dos razones. Porque es un gran autor, el último Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, y porque es amigo mío. Él es Antonio García Teijeiro. No es un autor cualquiera. Es un autor que escribe sobre todo poesía, aunque también narrativa, y que escribe sobre todo en gallego, aunque también en castellano. Y tampoco es un amigo cualquiera, porque él y yo somos amigos gracias a la poesía. Nuestra amistad es la prueba de que la poesía nos ayuda a sentirnos cerca de los demás, a mirar con la mirada del otro, a borrar las distancias y las fronteras del mapa.
Y permíteme, Rocío, que antes de acabar también cite en tu blog a dos autores para mí fundamentales, que, junto con otros, revolucionaron la literatura infantil y juvenil española en el último cuarto del siglo XX: Juan Farias y Fernando Alonso. Quien no ha leído ninguno de sus libros tiene la suerte de tener todavía a su alcance la posibilidad de vivir, con cualquiera de ellos, una primera experiencia literaria inolvidable.