Mi madre solía gritarme cuando era pequeña porque era más bien tirando a trasto. Fui la última de tres hermanos y estaba todo el día sin parar. El caso es que cuando yo fui madre me dije a mi misma que no le iba a gritar tanto a mis hijos. Estaba convencidísima. No me gusta nada lo de chillar y me considero más paciente que mi madre. Además, he leído varios libros sobre maternidad: cómo gestionar las rabietas, trabajar el refuerzo positivo, practicar una crianza sana y sin gritos. Pues ahora la entiendo a la perfección. ¡Santa paciencia tuvo la mujer! Lo raro es que no me gritara más de lo que yo recuerdo.
Es inevitable. Lo intentas, pero a veces sale. Y luego te sientes mal, claro, porque el grito y la culpa van en un pack. Pero cuando la criatura lo tiene todo tirado por el suelo y le estás diciendo que no tire más cosas, que recoja, pero te mira con cara de “te estoy entendiendo, pero mira donde tengo la mano, ¿la ves? Tú y yo sabemos que lo voy a tirar”, pues al final la paciencia, los libros y el refuerzo positivo salen en forma de grito: “¡no te he dicho que no lo tires! ¡Es que no me estás escuchando! ¿Tú quieres bajar al parque hoy?”. (“¡Ja! Vaya amenaza”, debe pensar la criatura. “¿Tú me vas a aguantar aquí toda la tarde?”.)
Pero lo importante es no sentirse mal. No debe ser una dinámica de todos los días, porque el niño/a se lo puede acabar tomando a risa, pero en la medida necesaria les sirve para ponerles en situación de alerta y que entiendan que hay algo de lo que están haciendo que a sus padres no les está cuadrando.
Y es que cuando se es madre (o padre), la perspectiva de las cosas cambia… y mucho.
Hoy he tenido una situación de enfado con mi hijo y me sienta fatal, pero también es cierto lo que dices que está bien para hacerles ver hasta dónde uno puede tener límites.
A mi también me pasa cuando subo el tono más de lo que me gustaría, pero hay que ser conscientes de que de vez en cuando tampoco está mal y, a veces, es necesario. Gracias!!